lunes, 1 de marzo de 2010

¿El arte de torear o el arte de matar?





Cuando una pelea se conforma por dos seres en desigualdad de circunstancias, cuando el desenlace inevitable es la muerte y la ruta el dolor, cuando este duelo se convierte en espectáculo, ¿puede llamársele arte?

Desde los inicios de la lidia de toros existieron sus opositores, personas que hablaron y pelearon, que se mostraron en contra de esta despiadada faena generalmente siendo ignorados. Unos cuantos siglos después la discusión sigue vigente. ¿Es comprensible que en pleno S. XXI siga existiendo tal fiesta?

La matanza de toros como espectáculo ha existido desde tiempos del imperio romano (se presume que incluso antes). Las exhibiciones en el circo romano constaban de una gran variedad de duelos; animales contra animales, hombres contra animales, hombres contra hombres. Ofreciendo así, una gama de entretenimiento de violencia desproporcionada que provocaba goce y frenesí al espectador.

Siglos después, estas prácticas se fueron adecuando y proliferando paulatinamente por los distintos reinos que se formaron tras la caída del imperio. Con el tiempo fue tomando forma hasta convertirse en lo que hoy se conoce como la tauromaquia o “arte de torear”.

Hoy en día, solamente en 9 países esta práctica es llevada a cabo como una fiesta de manera legal: México, Ecuador, España, Panamá, Portugal, Venezuela, Colombia, Perú y Francia. En contraparte, en países como Chile, Cuba, Brasil y Argentina, ha quedado prohibida de manera definitiva.

Argumentos como “son criados para esto”, ¿justifican la euforia y el placer que muchos de los espectadores se permiten sentir ante un espectáculo donde la esencia de la fiesta es el sufrimiento? A ningún ser vivo le interesa ser criado para sufrir, ningún ser vivo ha nacido para ser torturado y asesinado por otro simplemente para participar en un espectáculo dirigido a una minoría. Es un duelo no concensuado, sólo uno lo ha acordado.

Por otro lado, la indiferencia ante el dolor ajeno no nos construye como sociedad, todo lo contrario, destruye, destruye la compasión y la empatía por el otro, la cordura y la armonía, el respeto a la vida y a los animales. Destruye la inocencia de un niño que por primera vez asiste a la gran plaza por invitación de sus educadores padres. Destruye la capacidad de asombro e intolerancia ante lo injusto.

¿Se puede estar en contra de la violencia en las calles, en contra de la guerra, del vandalismo y la injusticia cuando uno se sienta a contemplar voluntariamente la tortura a un animal que no pidió estar ahí?

Habrá quien piense que una cosa no tiene nada que ver con la otra. Yo estoy segura que sí, tiene todo que ver. Es tomarse un minuto, sólo un minuto para observar el panorama desde otra perspectiva y con los lentes de la compasión.

Sobreponer el arte sobre la vida es una aberración y un insulto a cualquier vena genuina de artista o humanidad. Ninguna tradición debe tener como objetivo la muerte y el dolor.



"Llegará un día en que los hombres como yo, verán el asesinato de un animal como ahora ven el de un hombre" Leonardo da Vinci.