lunes, 17 de mayo de 2010

El origen de la discriminación a la mujer.



Gabriela Kawas M.


Hay quienes piensan aún en estas épocas, que la situación actual del hombre y la mujer es algo que se da y siempre se ha dado de manera “natural”, incluso quienes creen que no hay tal cosa como la discriminación a la mujer, sino roles apropiados que cada uno debe de seguir de acuerdo a su sexo.

A lo largo de la historia se han dado sucesos que tras siglos fueron consolidando rutinas y normas sociales que cristalizaron situaciones que hoy en día permanecen y que han limitado a la mitad de la población a gozar de los derechos y libertades que todos deberíamos tener como seres humanos.

Se sabe que durante el paleolítico, existieron hordas que se manejaban bajo esquemas matriarcales, y otras en las que tanto hombres como mujeres eran miembros iguales dentro de estos grupos; existiendo una división de trabajo pero que en ningún momento significó dominación ni privilegio de un grupo sobre otro.

Posteriormente, con el descubrimiento de la agricultura se origina el sedentarismo y con el asentamiento de las comunidades, se requiere de una mayor cantidad de hijos que ayuden en el arado y cultivo. Por otro lado el hombre ya no solo caza sino que comienza la domesticación de animales y con esta la ganadería. Es así como los hombres se hicieron responsables exclusivos de la producción y las mujeres de la reproducción.

Los excedentes de producción son por ende lo que ahora se denominaría como propiedad privada, Esto ha hecho inferir en múltiples ocasiones que el origen de la discriminación a la mujer se encuentra intrínsecamente ligado al origen de la propiedad privada.

De acuerdo a Marx y Engels, cuando un sector posee los medios de producción tendrán siempre poder sobre los que no, y al resto le corresponderá vender su trabajo físico a cambio de una remuneración. Tal fue el caso de la mujer, quien al no poseer nada tuvo que “vender” su trabajo reproductivo a cambio de sustento, volviéndose así, una propiedad más.

Por otro lado con estas riquezas, inician cuestionamientos y problemáticas a resolver sobre la herencia de estas propiedades. La herencia a los hijos sólo se puede hacer segura cuando el hombre puede garantizar que esos hijos son suyos. Así comienza a ser socialmente aceptado que el hombre tenga facultad de tener más de una mujer pero una mujer deberá ser monógama.

El estado conformado ya en la antigüedad por los mismos hombres, legitima e incluso obliga a que las cosas se sostengan de esta conveniente manera, condenado la infidelidad, la curiosidad, inteligencia y rebeldía de la mujer. No hay que dejar de lado que estado y religión eran prácticamente un mismo ente y que las religiones han sido otro factor determinante en la legitimación de la condición sojuzgada de la mujer.

Las religiones primitivas, prejudeocristianas, o paganas como se conocen ahora, enaltecían a figuras tanto femeninas como masculinas y eran representadas por sacerdotisas y sacerdotes de igual forma. Sin embargo, las principales religiones monoteístas de hoy en día ni siquiera le dan participación a la mujer. Los altos miembros de estas organizaciones religiosas sustentan día con día estas ideas discriminatorias no dándoles acceso ni al conocimiento ni a las posiciones de altas jerarquías.


El hecho de que existan diferencias biológicas entre unos y otros, no es ningún caso razón para que un sexo sea discriminado u oprimido. No sustenta que sean violentadas o agredidas. No justifica la limitación para su participar en la vida pública, ni razón suficiente para limitar el derecho a la mujer de elegir la vida que quiera vivir realizando las actividades que desee, gozando de todos sus derechos por igual.


Hoy en día, un largo trecho hay que recorrer aún para lograr la equidad, sin embargo cada vez existe mayor información y trabajo de muchas personas, movimientos y organizaciones que tienen como principal meta erradicar esta discriminación y que incansablemente luchan por los derechos de la mitad de la población. Queda mucho por hacer pero es vital adquirir conciencia de lo que sucede y nunca dar por “natural” algo que no lo es.



Bibliografía:
Engels Friedrich, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, 1884
Romano Vicente, Sociogénesis de las Brujas, Ed. Popular, 2007

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